Karina Vagradova

Blue prints

“El azul no tiene dimensiones, está más allá de las dimensiones”. 

Yves Klein

Descubierta en 1840 por John Hersbhel, cianotipia es una técnica de revelado fotográfico con la que se consiguen imágenes permanentes en azul de Prusia (cian)  por medio de la acción fotoquímica de la luz ultravioleta sobre superficies previamente sensibilizadas.

Aunque Herschel lo ideó, fue la botánica británica Anna Atkins, la que lo puso inmediatamente en práctica. Atkins publicó una serie de libros documentando helechos y otras plantas, cuyas ilustraciones eran copias azuladas o cianotipos, lo que le permitía documentarlas sin tener que dibujar. Por su serie British Algae, de 1843, Anna Atkins es considerada como la primera mujer fotógrafa.

 
 
«Vosotros taláis los árboles para construir los edificios para los hombres que se han vuelto locos por no haber podido ver los árboles».

James Thurber

 

Flor de fuego 

Para la exposición El árbol de la vida. Naturaleza y espacios naturales. Jardín Botánico de Valencia.* 

Amo los árboles, su olor, la textura áspera de los troncos, el tacto delicado de las hojas y las nudosas siluetas de las ramas, su fuerza, su noble virilidad, su inagotable misterio. De pequeña me llevaban al bosque y corría hacía los árboles como al encuentro de viejos y queridos amigos. Siempre me recibían con “ramas” abiertas, ellos, los árboles, y sus habitantes: astutas ardillas, hormigas, bichitos y curiosos pájaros ocultos en el verdor. Han pasado los años, volví un día al lugar de mi infancia, busqué aquel bosque mágico y ya no estaba, solo asfalto, grúas, bloques de hormigón… Fin del cuento.
Aparentemente inamovibles, pero a la vez tan vivos, los árboles conectan la tierra con el cielo, sus raíces absorben los jugos subterráneos y beben la lluvia, sus copas rozan las nubes, oscilan a la luz de los astros y nos dan vida con su respiración. Sus ramas crean un perfecto refugio del sol, del calor, de la intemperie. Nos abrigan, nos calman y, acompañados del invisible músico Viento, nos susurran al oído una canción de cuna que nos arranca de la locura cotidiana y devuelve a nuestros orígenes. Allí, inocentes, éramos uno con la naturaleza, éramos sus hijos mimados y agradecidos. Las ramas de los árboles eran como las manos maternales, como los nervios de un maravilloso organismo protector, la fuente de la vida, que nos alimentó, cuidó y protegió durante miles de años. Y nosotros, al crecer, le dimos la espalda.
Como tema de la exposición he escogido un cuento popular africano, una leyenda antigua sobre el Árbol de flores de fuego que crece en la sabana. Personificando a sus protagonistas, el árbol y el viento, el cuento nos ofrece una gran lección de humanidad y nobleza, de compasión y generosidad. En la naturaleza todo está conectado, todo vive, crece, interactúa en una simbiosis múltiple, y ahora más que nunca tenemos que aprender de ella. Y también de la sencillez, el cuidado y el respeto por todo lo vivo y la necesidad natural de hacer el bien que caracterizan los cuentos populares de África. Algo que parece haber perdido el mundo occidental ”civilizado”.
Mientras sigamos talando los bosques, destruyendo las selvas; mientras se extinguen las especies por el sangriento oficio de la caza, sea capricho o negocio; mientras se mueren los animales torturados por el hombre en sus macabros juegos mal llamados por alguien “cultura”; mientras se discriminan y se matan entre ellos los hombres, ¿cómo podemos llamarnos civilizados?

                                                                                                                                                                                                              Mayo 2013

FLOR DE FUEGO

Cuento popular africano

 

Crece en la Tierra africana un árbol con racimos de flores de color rojo anaranjado,  que parecen llamas. Las flores se estremecen bajo el soplo del viento de la sabana, y parece como si las llamas cubriesen el árbol. Por eso lo llamaron Flor de fuego.

Los ancianos dicen que Flor de fuego  no siempre ha sido así. Mucho tiempo atrás en el árbol solo crecían pequeñas hojas secas y pinchos afilados. Y no tenía entonces ningún nombre.

Los pájaros evitaban el árbol espinoso: en un follaje escaso es difícil ocultar el nido con los pollitos. Los hombres se acordaban de él cuando buscaban leña y cortaban las ramas para hacer fuego.

El árbol crecía apartado. Otros árboles le habían dado la espalda y se habían alejado de él. Los arbustos y las flores se marchitaban a su lado. Los animales no se acercaban a él.

Sólo el viento de la sabana visitaba al árbol triste y solitario. Entonces, las duras hojas arrugadas por el sofocante calor y la tristeza se abrían y como las palmas de las manos se extendían hacía el viento.

«¿Acaso es su culpa que creció espinoso y sin flores?» – Pensaba el viento cada vez que ralentizaba su vuelo ante el árbol rechazado. Y una vez se le ocurrió una manera de ayudarle.

¡Hey, vientos! ¡Venid aquí! – Llamó a sus hermanos de tierras lejanas.

Los vientos acudieron inmediatamente a la sabana. El viento africano les habló del árbol triste y les pidió ayuda: que cada uno de ellos traiga a África las flores más extraordinarias de sus tierras.

Pronto los vientos han traído a la sabana un montón de fragantes flores y hierbas. Ardían las amapolas esteparias. Se meneaban en sus  altos y delgados tallos los pálidos narcisos. Igual que la niebla matutina sobre Níger, se abría la flor de amor Maa. Y por encima de todas las demás flores extendía sus frías flechas blancas el pacífico loto.

-No, no, – suspiró el viento de la sabana. – Ya he visto estas flores cuando sobrevolaba las tierras lejanas. No le van a mi árbol, son muy pomposas, demasiado  conocidas. Mi árbol ha sufrido la soledad y el desprecio durante mucho tiempo. ¡Es digno de las más cálidas, más especiales flores que haya en la tierra!

-¡Entonces búscalas tu mismo, hermano! – Los vientos se ofendieron y se fueron.

Y el viento buscaba. Volaba y volaba sobre la sabana, sobre el bosque tropical, sobre el Gran Río. Fruncía el ceño y suspiraba, escudriñando la tierra. Por la falta de suerte el carácter del viento empezó a deteriorarse: de suave y cálido se convirtió en frío gruñón.

Y de repente el viento vio en la sabana un incendio. Ardían las hierbas altas y secas, los arbustos sin vida, los árboles torturados por el sol africano. Las estrechas lenguas de las llamas rosadas y amarillas parecían alcanzar el cielo.

-¡He aquí  las flores para mi árbol! – Exclamó el viento. – Estas no las tiene nadie.

Agarró las lenguas de fuego y voló a toda velocidad hacia el árbol. Las esparció sobre las escasas ramas espinosas, y luego  durante un largo rato observaba como las lenguas de fuego, al enfriarse, se convertían en flores naranjas.

-¡Que hermoso eres! Ahora nadie se apartará de ti. ¡Por fin vas a ser feliz!

El viento, muy contento, siguió su camino. Ya no se quejaba ni gruñía en vano. A menudo se asomaba a las chozas de barro y paja, llenándolas de una fragancia delicada, aquella de la que le empaparon las flores ardientes. El viento estaba de buen humor: ¡fue él quien hizo al árbol feliz! Por la mañana, cuando se acercó para saludar a su amigo, el viento no reconoció al árbol. Las ardientes flores abiertas cubrían todas las ramas. Las hojas eran ahora anchas y lisas. Al viento le pareció que el mismo Sol se instaló en la sabana.

-Flor de fuego… – susurró el viento sorprendido de tanta belleza.

El viento volaba sobre la sabana y hablaba a todos de Flor de fuego. La gente se apresuraba para ver el milagro y se quedaba descansando largos ratos bajo las ramas aromáticas. Los pájaros tejían sus nidos en la copa florecida. Y los animales nunca se mataban unos a otros cerca del Árbol de Flor de fuego.

Fue hace mucho tiempo. Ahora, junto al viejo Flor de fuego crece un bosque frondoso. Hay muchos arbustos, flores y otros árboles alrededor.  Ahora nadie se aparta de Flores de fuego. Y no sólo porque son hermosos. Sus anchas hojas protegen los arbustos del sol abrasador, y en la tempestad sus ramas fuertes sirven de apoyo a los jóvenes troncos flexibles. Todos los Árboles de Flor de fuego conocen la historia de su antepasado y del viento de la sabana y están convencidos de que la mayor felicidad es hacer el Bien.