Crazy May
«No son flores y hojas, son laberintos de grafismos, son arabescos en los que se enredan los deseos con los que se teje la materia invisible…»
Karina Vagradova considera que “la abstracción no es un fenómeno aislado, está estrechamente conectada a la realidad, una imagen abstracta es una realdad fragmentada o la síntesis, la simplificación de la misma”. En sus cuadros usa los motivos vegetales: hojas, flores, troncos de árboles, igual que formas arquitectónicas, letras o signos. La forma sirve, no por lo que representa, sino como trama, como pincelada, como elemento pictórico. “Mis flores no son flores reales, son símbolos de la plenitud, sensualidad, energía vital, pintarlos para mi es una terapia”.
Vagradova se resiste a la etiqueta de pintora abstracta porque considera que sus cuadros encierran una historia, aquella que imagina mientras los trabaja. Según ella, pinta la realidad, pero la otra, la que está en su mente y transforma flores en sensaciones y manchas de color. “Pinto experiencias, estados del alma, como aquellos que nos sugiere la naturaleza en diferentes estaciones del año, que se duerme o se despierta, florece y vive su esplendor, haciéndonos perder la cabeza. En mi país de origen, en mayo todo está en flor, es el punto culminante de la primavera. El mayo es muy loco!”. Pese a tan contundente declaración de principios, su pintura puede, naturalmente, contemplarse como una obra abstracta, porque hay un fuerte diálogo de los elementos plásticos y genera una sistematización y abstracción del mundo: tanto de las cosas como de los paisajes, interiores y exteriores.
Por encima de cualquier intención figurativa e incluso de toda preocupación formal, la atmósfera cromática parece presidir la pintura de Karina Vagradova. […] La artista apuesta por ejecutar un difícil equilibrio entre composición y textura, forma y representación, exigencia metodológica y gustos personales. Por ejemplo, es brillante el logro de profundidades espaciales mediante un lenguaje de planos, unos escenarios que la pintura abstracta no suele abarcar, sobre todo aquella en la que predomina un juego de fondos tan exigente, como el de toda la obra de Vagradova. Sorprende encontrar en un mismo cuadro el paso del lenguaje abstracto a una morfología biológica, o paisajista.
Así lo pone en evidencia, cuando a partir de colores insinúa hojas y ramas que se presentan como el comienzo de una densa fronda. Esta posibilidad de lectura se facilita por el tratamiento sensible de la luz. Por momentos es la aplicación de tonos suaves sobre el fondo iluminado lo que atrae la mirada, pero inmediatamente pasamos a un misterioso claro sobre oscuro que concentra nuestra atención. La artista nos introduce en un desconocido y personal paisaje, nacido desde la proyección de su mundo interior. Lo cotidiano se transforma, a través de la luz de sus pinceles, en un universo con sus propias reglas en donde los ojos deben comprender, además de mirar. Hay muchos mundos, pero están en éste – decía Paul Eluard- y la pintura de Vagradova […] es una buena demostración de ello.
Alejandro Carbó